lunes, 21 de enero de 2008

Este día es algo de sal


Como un velero y en silencio, suelto el ancla y salgo de mi refugio submarino a andar. De vez en cuando me gusta caminar, es un pasatiempo que siempre me enfrenta a la hermosura del mundo, un poco desnutrida si hablamos de la hermosura de Santiago. Está lloviendo, necesito ojos transparentes y atentos para no perderme ningún detalle. Una vez fuera de mi guarida zarpa el velero, bajo las escaleras esquivo rocas lunares e insectos cósmicos, salto a la calle, hay charcos de colores, abro mi paraguas, quiero empararme de tantas cosas, pero no de agua por ahora, mi paraguas es gris, se confunde con el cielo, me empuja y salto al tejado, converso como siempre con los gatos que discuten acerca del sabor del viento, dicen que está cada día peor, que ahora es como una mezcla de humo y fantasmas del pasado, quizás tienen razón, pero los gatos me aburren, siempre mojados y disconformes, así que me despido rápida y cortésmente. Mi fiel compañero paraguas me empuja a ir más allá, siempre me ilusiona hablándome de lo astronómico, lo eterno, la inmensidad de los arco iris, los secretos de los árboles o las arquitectónicas manos de Zeus. Cuando se calla, yo lo observo todo como siempre, como por primera vez, me suele pasar involuntariamente. Estoy lejos y envuelta en mi pijama estelar, nadie puede alegarme nada o preguntarme ¿qué mirai?
En el centro y perdidos pululan los hombres de siempre, en distintas direcciones, apurados y “seguros” de a donde van, como siempre. Caminan embutidos en ternos, uniformes y vestidos a la moda, algunos son definitivamente androides de ojos metálicos, ante sus pupilas hay mundos desfragmentados, llevan paraguas pero están inundados, damnificados y tienen comprometidos los pulmones, el hígado y el páncreas, las arterias, y hasta el corazón, prenden cigarros y piensan enfurruñados donde dejaron el auto (y la alegría). Han perdido poco a poco las esperanzas, para ellos todo está hecho y al mismo tiempo devastado y sin vuelta atrás y el hombre….el hombre es una piedra de tope o en el mejor de los casos un útil ensamble, que se acostumbró al no Ser, a lo grotesco, a la rutina, al sexo frío y a las hamburguesas, estos hombres odian los enigmas, las bicicletas, la asimetría, los duendes, el calipso o todo lo que sea distinto. Están demasiado aburridos, necesitan escupir su frustración a las plazas, les hace tanta falta un paseo a algún cerro bien lejos, o una mañana de tomar desayuno, con sus hijos y entre risas, decidir que mejor pasará todo el día con ellos, algo así les resucitaría un poco el alma, no son felices pero al menos saben que tienen alma, deberían preocuparse de ella y dar un paseo (que no sea en un supermercado) antes que una ola de agujas afiladas, murallas y noches de pesadillas obstruya sus entrañas y sus días terminen con el gesto de desagrado que siempre tienen, pero en bocas azules y en labios fríos y muertos. Pero al menos pueden terminar con eso y salvarse, en el fondo lo saben.

Andan caminando hoy, como todos los días y también como nunca seres dúctiles, como niños que crecen a la sombra de los árboles y al ritmo de sus ciclos vitales, les gusta volver a ciertos lugares en utópicas naves a propulsión solar, saben que hay algo que hacer por alguien, sus ojos son brillantes, sus mentes preñadas de buenas intenciones, no se han enemistado con las risas explosivas en lugares insólitos, ni con los delfines, ni las guitarras, ni el algodón de azúcar, ni con la ternura, ni con el amarillo el naranjo o el verde, ni con la marea, ni con los gorriones; no se han enemistado consigo mismos. En sus cándidos zapatos, tacones o botas transportan su aprendizaje, sus imágenes, su infancia con columpios y atardeceres, bailan con el silencio, comen pan con mermelada al desayuno y se alegran por sus colores, salen de sus casas y si les da hambre en el camino no importa; igual se llenarán de lo que sea en ciertas veredas, porque tienen mentes curiosas y la sangre ardiente bailándole en las venas. Son felices porque saben que hay viajes, misterios, rincones, sensaciones y amores que los esperan a la edad que sea, quieren tanto vivir, improvisan versos en sus mentes, versos que jamás recordarán. No son absurdos, ilusos ni infantiles; simplemente tienen alma para soñar.

Ellos están salvados, saben que la alegría no viene sola, que hay que guardarla y protegerla como un tesoro, la guardan en un cofre inoxidable que nadie les despojará nunca, son sencillos estos hombres porque saben disfrutar de cosas pequeñas y construir con ellas castillos indestructibles, están salvados de la amargura, deben hacer con sus sueños cosas reales por ellos y para otros; compartir y propagar su amor con la demás gente, porque guardado no sirve de nada, al contrario, se extingue.

Y sentada en el techo miro y miro, deja de llover y cierro el paraguas, caigo a la vereda y me pongo a caminar pensando que quizás la gente no está tan mal, lo pienso por hoy y espero que me dure algún tiempo, pienso que al final hay gente salvada del vacío de la amargura y la que está en camino de hacerlo, nadie está predestinado, a no ser que se convenza de ello y la vida le pase por encima. Y con mi optimismo terco, quizás ridículo pero ya instaurado inevitablemente en mí, vuelvo a mi submarino y me anclo en mi guarida a ver quién quiere compartir una conversación, un trocito de alegría caleidoscópica, un pan con mermelada conmigo. Me saco mi pijama estelar y vuelvo a ser persona. Nunca me ganará la amargura, y quizás sea una ingenua y una ilusa, pero jamás seré un cuerpo vacío que, secándose al sol, asume la vida como una condena horrible. Jamás, nunca, en lo absoluto, de ningún modo, ni cagando, no nomás y punto. Salió el sol, y aunque hay esmog se puede vislumbrar un arco iris. Al final fue un buen paseo.